lunes, 1 de diciembre de 2014

Un Corazón Naufragado

... Siempre me pasa igual.
Recuerdo mi primer amor, Inmaculada se llamaba. Había nacido un día después que yo. Estuvimos juntos en el colegio desde pequeños, y me gustaba, creo, que desde la primera vez que la vi.
Ella era rubia, ojos azules, pelo rizado, muy inteligente y activa. Comenzamos a salir el último año de colegio, justo al empezar el verano. Pero no duramos mucho.
Si bien yo estaba muy enamorado de ella, mi inocencia era tal que no pasabamos de unos besos y unas caricias.
A los 14 de días de empezada nuestra relación, fuí a sus casa. Iba con mi vespino. No me dejó ni bajarme de el. Puso sus manos sobre el manillar de la moto, y levantó un poco la mano derecha. Me hizo un gesto con los dedos  índice y corazón, a modo de tijeras, y me invitó a irme. Lo entendí perfectamente. No quería seguir con la relación.
Ni corto ni perezoso, y obediente como siempre, en un mar de dudas, di media vuelta y me marché en dirección a mi casa, con unas ganas enormes de llorar. No entendía nada, pero obedecí.

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